El amor tiene dos aspectos: por una parte, ese amor es amor de complacencia; y el amor de complacencia es el amor más sensible de la Patria y el que mira sobre todo a su pasado. La emoción que uno puede sentir en el folklore, en la historia, en las tradiciones de la Patria, en aquello que es típico o propio de nuestro terruño o de nuestro pueblo; la emoción que uno puede sentir cuando contempla un paisaje, sobre todo cuando contempla un paisaje que le es querido por muchos motivos. Y todo aquello que hace para nosotros el contorno físico o el contorno humano sensible de nuestra Patria. Todo esto es el amor sensible.
Pero luego hay otro amor, y es ese amor que mira hacia el futuro. Existe ese amor que mira a la Patria no solamente como la tierra sino como la comunidad de hombres que viven en esta tierra y que teniendo una herencia común en el pasado, en la historia, en la religión, en la cultura, en la raza, tiene un destino común de Patria. Que es así mirando el futuro como una unidad de destino que la diferencia en medio del conjunto de la universalidad de las naciones.
Una unidad de destino en lo universal. Entonces, en mirarla como empresa, en mirarla como algo que tenemos que construir, en mirarla como algo que entra de una manera o de otra en nuestra misión de cristianos.
Y este amor, que mira a la Patria en su presente o en su futuro, no es tanto un amor sensible como aquél que se complace en el folklore o en el terruño, sino que es un amor crítico. Es un amor a veces dolorido. Lo expresa este dolor del Padre Castellani cuando dice: “De las ruinas de este país que llevo edificado sobre mis espaldas, cada minuto me cae un ladrillo al corazón. Y ¡ay de mí! Dios me ha hecho el órgano sensible de todas las vergüenzas de mi Patria y en particular de cada alma que se desmorona”. Esto nos muestra hasta qué punto ese amor, sin dejar de ser sensible, puede ser un amor crítico.
Amar a la Patria no es solamente complacerse sino condolerse en esta realidad de la Patria, donde hay tanta miseria, donde hay tanta corrupción, tanta cobardía, donde hay tanta estupidez, tanta traición, tanta injusticia.
Es un amor crítico. Es como el amor del que ama al enfermo para llevarlo a curar, o el amor del que ama al pecador para enderezarlo en el camino.
Años atrás, nuestra Patria estaba en guerra y era verdad. Una guerra dividía a los argentinos; una guerra que hubo que combatirla; habrá habido en ella excesos o lo que se quiera, pero fue necesaria.
Lo tremendo es que la conclusión de esa guerra ha llevado en nuestra Patria a un orden formal, a un orden externo, es cierto, se puede caminar por la calle sin temor a que explote una bomba por los pies, o que le tiren un tiro por la espalda. Sin embargo ese orden es solamente externo, formal. La subversión no se termina cuando dejan de explotar bombas o de haber asaltos, crímenes o asesinatos. La subversión es algo más profundo que el desorden exterior. La subversión es algo más profundo que aquello que atenta contra el orden establecido.
La subversión es aquello que va en contra del Orden Natural de la sociedad y del orden querido por Dios para la sociedad. Todo lo que va en contra de eso es subversión.
Es subversiva la pornografía, es subversiva la injusticia, es subversivo el que en este momento funcionen bien económicamente los que viven del dinero que produce dinero, es decir de la usura, y que sobre la espalda del que trabaja, pensemos solamente en el trabajo del campo, por ejemplo, se pongan pesos insoportables.
Es subversiva la estupidez de los medios de comunicación. Es subversiva la escuela que sigue siendo escuela sin Dios. Todas esas cosas son subversivas, responden a la subversión profunda. Y eso no se ha arreglado, eso no se ha solucionado.
La ceguera o la estupidez liberal cree que la paz se ha establecido cuando hay una paz exterior, cuando hay una paz formal. Y sería lamentable, verdaderamente lamentable, que tanta sangre que se derramó en la lucha entre argentinos, que esa sangre fuera inútil. Que esa sangre fuera no la semilla de una paz verdadera, sino simplemente sangre que inútilmente ha caído y se ha mezclado en la tierra, la de un lado y la de otro.
Por eso tenemos que rezar al Señor para que nuestra Patria recuerde que nació cristiana, y que recuerde que fue hecha con la Cruz de los misioneros al mismo tiempo que con la espada de los conquistadores. Que los ejércitos que nos dieron Patria levantaron la Bandera con los colores del Manto de la Virgen Inmaculada.
Que nuestra Patria nació cristiana y que si nuestra Patria quiere la paz, no una paz mentirosa y exterior, sino la única paz verdadera, aquella que es como decía San Agustín: “la tranquilidad del orden”, y no de cualquier orden, sino del Orden que se funda en la Verdad y que se funda en la Justicia, nuestra Patria tiene que volver sus ojos hacia sus orígenes cristianos y pedir de la Virgen Nuestra Madre, nuestra Protectora, nuestra Patrona, y de Cristo, aquella paz que solamente Cristo puede dar y que nace de la conversión de los hombres y de los corazones en los cuales por la Gracia reina la paz con Dios y por la paz y el amor de Dios, reina también, surgiendo de allí, como desde su fuente, la paz y el amor por los hermanos.
(MISA POR LA PATRIA. Sermón pronunciado por el R.P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu en Paraná, Entre Ríos, en el Seminario, el 25 de mayo de 1981).
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