Lamentablemente, el hombre moderno sólo encuentra tiempo para leer el diario – que es como la Biblia de nuestra época –, escuchar la radio o ver la televisión. No lo encuentra, en cambio, para penetrar en las únicas verdades de necesidad ineludibles, como son las que dicen relación con la salvación eterna. Incluso entre los católicos de cierta cultura pocos son los que se preocupan por la profundización de su fe. Hoy es esto menos excusable que nunca.
Esto no requiere previamente del lector un amplio conocimiento de la religión; está al alcance del católico medio. Todo lo que debemos creer se encuentra expresado de forma sencilla en el Credo, que es nuestra profesión de fe a las verdades reveladas por Dios. Por ello, cada católico debe reflexionar cada día sobre los artículos de este “Símbolo de los Apóstoles”, como lo han llamado los Santos Padres después del Concilio de Nicea.
Lo primero que es necesario al cristiano es la fe, sin la cual nadie merece ser llamado cristiano fiel. La fe aporta CUATRO BIENES:
El PRIMERO es que por la fe el alma se une a Dios. En efecto, por la fe el alma cristiana contrae una especie de matrimonio con Dios, conforme a las palabras del Señor a Israel: “Te desposaré conmigo en la fe” (Os. 2, 20). Por eso cuando el hombre s bautizado, primero confiesa su fe, al responder a la pregunta: “¿Crees en Dios?”, porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Lo dice el mismo Señor: “El que creyere y fuese bautizado, se salvará”.
El SEGUNDO bien es que por la fe se iniciar en nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor: “La vida eterna consiste en conocerte a Tí, el solo Dios verdadero” (Jo. 17, 3). Pues bien, este conocimiento de Dios comienza acá por la fe, pero alcanza su perfección en la vida futura, en la cual conoceremos a Dios tal cual es.
El TERCER bien es que la fe dirige la vida presente. En efecto, para que el hombre viva bien, sea menester que sepa qué cosa son necesarias para llevar una visa virtuosa, y si tuviera que aprender por el estudio todas estas cosas, el hombre no podría lograrlo o sólo lo lograría despés de mucho tiempo. La fe, en cambio, enseña todo lo que hay que saber para vivir sabiamente. El simple conocimiento, por la fe, de que existe un solo Dios, que recompensa a los buenos y castiga a los malos, que existe otra vida y cosas semejantes, debe bastarnos para hacer el bien y evitar el mal. Mi justo – dice el Señor – vive en la fe.
El CUARTO bien es que por la fe vencemos las tentaciones, como dice la Ep. a los Hebreos: Los santos, por la fe, vencieron reinos (11, 33). Y esto es claro porque toda tentación viene o del diablo, o del mundo, o de la carne.
Nos tienta ante todo, EL DIABLO para que no obedezcamos a Dios ni a él nos sometamos. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe sabemos que Él es el Señor de todo, y por lo tanto debe ser obedecido. Afirma S. Pedro: Vuestro enemigo, el diablo, ronda buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la fe (1 Pe. 5, 8).
El MUNDO, por su parte, nos tienta, ya seduciéndonos con lo próspero, ya atemorizándonos con lo adverso. Por eso, gracias a la fe, menospreciamos las prosperidades del mundo, y no tememos sus adversidades, como escribe S. Juan: La victoria que vence al mundo con la fe (1 Jo. 5, 4). Y la fe nos da igualmente la victoria enseñándonos a creer que hay males mayores que los de este mundo: los del infierno.
La CARNE, en fin, nos tienta también induciéndonos a los goces pasajeros de la vida presente. Pero la fe nos muestra que, por esos goces –si a ellos nos adherimos indebidamente–, perdemos los goces eternos. S. Pablo nos exhorta: Embrazad en todos los encuentros el escudo de la fe (Ef. 6, 16).
Por lo que acabamos de decir se ve claramente cuál es la utilidad de la fe.
Puede alguno decir: es absurdo creer en lo que se ve; así es que no debemos creer en lo que no vemos.
En PRIMER LUGAR, la imperfección de nuestro entendimiento resuelve esta dificultad: porque si el hombre pudiese conocer perfectamente por sí mismo todas las realidades visibles e invisibles, necio sería creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento es tan difícil que ningún filósofo pudo jamás investigar perfectamente la naturaleza de un solo insecto. Sí, pues, nuestro entendimiento es tan débil, ¿no es acaso insensato no querer creer acerca de Dios sino sólo aquellas cosas que el hombre puede conocer por sí mismo? ¡He aquí el Dios grande, el que vence a nuestra ciencia! (Job 36, 26)
En SEGUNDO LUGAR se puede responder así: pongamos el caso de un profesor que enseñara alguna verdad adquirida tras largo estudio a un hombre inculto y que éste negase dicha verdad simplemente porque no la comprende; lo tendríamos por un gran necio. Te han enseñado muchas verdades que sobrepasan la inteligencia de los hombres. (Eccli. 3, 25)
En TERCER LUGAR se puede responder que si el hombre no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente no podría vivir en este mundo. Porque ¿cómo se podría vivir sin creerle a nadie? Ni siquiera creería que el hombre que es su padre fuese realmente su padre. Pero a nadie hay que creerle como a Dios, de modo que aquellos que no creen las verdades de la fe, lejos de ser sabios, son necios y soberbios. Dios prueba que aquellas cosas que enseña la fe, son verdaderas a través de la creación.
Ahora bien, como lo atestiguan incluso las historias de los paganos; los sabios, nobles, ricos, poderosos y los grandes, se han convertido a Cristo por la predicación de un pequeño número de pobres y simples que anunciaron a Cristo. Si es milagroso, ya se ha respondido a la objeción. Y si no, yo digo que no puede haber mayor milagro que la conversión del mundo entero sin milagro. No es necesario ya, buscar otra demostración.
Así es que nadie debe dudar de la fe, sino creer más en las verdades de la fe que en las cosas que ve: porque la vista del hombre puede engañarse; en cambio, la ciencia de Dios es siempre infalible.
Por todo lo dicho, queridos hermanos, creo que debemos tomar conciencia, hoy más que nunca con respecto a estos temas tan importantes para nuestro crecimiento espiritual. No obstante para ello debemos crecer en nuestra formación, para poder discernir los engaños que se nos presentan a diario; y, por ello ayudar a nuestro prójimo a que su alma se salve.
Tenemos la obligación de dejar de lado ese espíritu de pretender salvar nuestra alma sin salvar la de nuestros hermanos. Es uno de los más grandes errores de nuestro tiempo entre los católicos, incluso trasmitido por algunos consagrados.
Hoy más que nunca, quiero pedirles que dejemos a un lado nuestro egoísmo de querer sólo nuestra salvación si la salvación del prójimo; porque, en primer lugar es imposible, ya que todos los bautizados somos un mismo cuerpo en Cristo; y, en segundo lugar es imposible racionalmente, ¿cómo puedo salvarme yo sólo? Es el error propio del naturalista, que deja de lado todo lo que es sobrenatural.
Que tengan una Santa y Feliz Pascua de Resurrección. Siempre firmes y dignos bajo la Cruz de Cristo Resucitado y el manto de Santa María de Guadalupe.
“COMBATIR POR CRISTO EL VERDADERO REY”
Martín Dario Sardi