jueves, 27 de marzo de 2008

La mayor crisis que vive nuestra sociedad hoy: la FE

La publicación de este comentario creo que es en gran manera oportuna. Vivimos en una época de profundo desconcierto espiritual, la aguda y prolongada crisis en todos los niveles, pero especialmente en el nivel más profundo, el de la fe. La crisis actual es, en su último estrato, una crisis de fe. Nada, pues, más apremiante que volver a los fundamentos de nuestra fe y exponer su contenido.

Lamentablemente, el hombre moderno sólo encuentra tiempo para leer el diario – que es como la Biblia de nuestra época –, escuchar la radio o ver la televisión. No lo encuentra, en cambio, para penetrar en las únicas verdades de necesidad ineludibles, como son las que dicen relación con la salvación eterna. Incluso entre los católicos de cierta cultura pocos son los que se preocupan por la profundización de su fe. Hoy es esto menos excusable que nunca.

Esto no requiere previamente del lector un amplio conocimiento de la religión; está al alcance del católico medio. Todo lo que debemos creer se encuentra expresado de forma sencilla en el Credo, que es nuestra profesión de fe a las verdades reveladas por Dios. Por ello, cada católico debe reflexionar cada día sobre los artículos de este “Símbolo de los Apóstoles”, como lo han llamado los Santos Padres después del Concilio de Nicea.

Lo primero que es necesario al cristiano es la fe, sin la cual nadie merece ser llamado cristiano fiel. La fe aporta CUATRO BIENES:

El PRIMERO es que por la fe el alma se une a Dios. En efecto, por la fe el alma cristiana contrae una especie de matrimonio con Dios, conforme a las palabras del Señor a Israel: “Te desposaré conmigo en la fe” (Os. 2, 20). Por eso cuando el hombre s bautizado, primero confiesa su fe, al responder a la pregunta: “¿Crees en Dios?”, porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Lo dice el mismo Señor: “El que creyere y fuese bautizado, se salvará”.

El SEGUNDO bien es que por la fe se iniciar en nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor: “La vida eterna consiste en conocerte a Tí, el solo Dios verdadero” (Jo. 17, 3). Pues bien, este conocimiento de Dios comienza acá por la fe, pero alcanza su perfección en la vida futura, en la cual conoceremos a Dios tal cual es.

El TERCER bien es que la fe dirige la vida presente. En efecto, para que el hombre viva bien, sea menester que sepa qué cosa son necesarias para llevar una visa virtuosa, y si tuviera que aprender por el estudio todas estas cosas, el hombre no podría lograrlo o sólo lo lograría despés de mucho tiempo. La fe, en cambio, enseña todo lo que hay que saber para vivir sabiamente. El simple conocimiento, por la fe, de que existe un solo Dios, que recompensa a los buenos y castiga a los malos, que existe otra vida y cosas semejantes, debe bastarnos para hacer el bien y evitar el mal. Mi justo – dice el Señor – vive en la fe.

El CUARTO bien es que por la fe vencemos las tentaciones, como dice la Ep. a los Hebreos: Los santos, por la fe, vencieron reinos (11, 33). Y esto es claro porque toda tentación viene o del diablo, o del mundo, o de la carne.

Nos tienta ante todo, EL DIABLO para que no obedezcamos a Dios ni a él nos sometamos. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe sabemos que Él es el Señor de todo, y por lo tanto debe ser obedecido. Afirma S. Pedro: Vuestro enemigo, el diablo, ronda buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la fe (1 Pe. 5, 8).

El MUNDO, por su parte, nos tienta, ya seduciéndonos con lo próspero, ya atemorizándonos con lo adverso. Por eso, gracias a la fe, menospreciamos las prosperidades del mundo, y no tememos sus adversidades, como escribe S. Juan: La victoria que vence al mundo con la fe (1 Jo. 5, 4). Y la fe nos da igualmente la victoria enseñándonos a creer que hay males mayores que los de este mundo: los del infierno.

La CARNE, en fin, nos tienta también induciéndonos a los goces pasajeros de la vida presente. Pero la fe nos muestra que, por esos goces –si a ellos nos adherimos indebidamente–, perdemos los goces eternos. S. Pablo nos exhorta: Embrazad en todos los encuentros el escudo de la fe (Ef. 6, 16).

Por lo que acabamos de decir se ve claramente cuál es la utilidad de la fe.

Puede alguno decir: es absurdo creer en lo que se ve; así es que no debemos creer en lo que no vemos.

En PRIMER LUGAR, la imperfección de nuestro entendimiento resuelve esta dificultad: porque si el hombre pudiese conocer perfectamente por sí mismo todas las realidades visibles e invisibles, necio sería creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento es tan difícil que ningún filósofo pudo jamás investigar perfectamente la naturaleza de un solo insecto. Sí, pues, nuestro entendimiento es tan débil, ¿no es acaso insensato no querer creer acerca de Dios sino sólo aquellas cosas que el hombre puede conocer por sí mismo? ¡He aquí el Dios grande, el que vence a nuestra ciencia! (Job 36, 26)

En SEGUNDO LUGAR se puede responder así: pongamos el caso de un profesor que enseñara alguna verdad adquirida tras largo estudio a un hombre inculto y que éste negase dicha verdad simplemente porque no la comprende; lo tendríamos por un gran necio. Te han enseñado muchas verdades que sobrepasan la inteligencia de los hombres. (Eccli. 3, 25)

En TERCER LUGAR se puede responder que si el hombre no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente no podría vivir en este mundo. Porque ¿cómo se podría vivir sin creerle a nadie? Ni siquiera creería que el hombre que es su padre fuese realmente su padre. Pero a nadie hay que creerle como a Dios, de modo que aquellos que no creen las verdades de la fe, lejos de ser sabios, son necios y soberbios. Dios prueba que aquellas cosas que enseña la fe, son verdaderas a través de la creación.

Ahora bien, como lo atestiguan incluso las historias de los paganos; los sabios, nobles, ricos, poderosos y los grandes, se han convertido a Cristo por la predicación de un pequeño número de pobres y simples que anunciaron a Cristo. Si es milagroso, ya se ha respondido a la objeción. Y si no, yo digo que no puede haber mayor milagro que la conversión del mundo entero sin milagro. No es necesario ya, buscar otra demostración.

Así es que nadie debe dudar de la fe, sino creer más en las verdades de la fe que en las cosas que ve: porque la vista del hombre puede engañarse; en cambio, la ciencia de Dios es siempre infalible.

Por todo lo dicho, queridos hermanos, creo que debemos tomar conciencia, hoy más que nunca con respecto a estos temas tan importantes para nuestro crecimiento espiritual. No obstante para ello debemos crecer en nuestra formación, para poder discernir los engaños que se nos presentan a diario; y, por ello ayudar a nuestro prójimo a que su alma se salve.

Tenemos la obligación de dejar de lado ese espíritu de pretender salvar nuestra alma sin salvar la de nuestros hermanos. Es uno de los más grandes errores de nuestro tiempo entre los católicos, incluso trasmitido por algunos consagrados.

Hoy más que nunca, quiero pedirles que dejemos a un lado nuestro egoísmo de querer sólo nuestra salvación si la salvación del prójimo; porque, en primer lugar es imposible, ya que todos los bautizados somos un mismo cuerpo en Cristo; y, en segundo lugar es imposible racionalmente, ¿cómo puedo salvarme yo sólo? Es el error propio del naturalista, que deja de lado todo lo que es sobrenatural.

Que tengan una Santa y Feliz Pascua de Resurrección. Siempre firmes y dignos bajo la Cruz de Cristo Resucitado y el manto de Santa María de Guadalupe.

“COMBATIR POR CRISTO EL VERDADERO REY”


Martín Dario Sardi

jueves, 13 de marzo de 2008

ORACIÓN DEL NIÑO QUE QUIERE NACER

Dios Padre, que has soplado
dentro del vientre de mi madre,
yo quiero nacer!
Espíritu Santo, blanca paloma,
escóndeme bajo tus alas,
yo quiero nacer!
Jesús crucificado, Misericordia Divina,
dentro de tus llagas acógeme,
yo quiero nacer!
Madre nuestra, Virgen de Guadalupe,
protégeme bajo tu Manto,
yo quiero nacer!
Ángel de mi Guarda, designado
desde mi concepción para mi cuidado,
no permitas que me maten, deseo vivir.
Quiero mirar los ojos
de la que me lleva en su seno,
poder decirle que yo la amo,
que no está sola,
que sólo deseo vivir la vida,
escribir mi historia,
contar los años que Dios me dé.
Conocer los días y las noches,
los pájaros escuchar,
correr, jugar, crecer,
¡yo quiero nacer!
No me saques de tu vientre,
es precioso estar aquí.
Quiero llorar y reír cuando tú lo haces,
cantar contigo,
tocar tu rostro,
sentir tus manos,
Mamita mía,
¡quiero vivir!
Y si no me amas,
no me arranques de tus entrañas,
otras personas me van a amar,
mi Madrecita Guadalupana
nunca me va a desamparar.
Virgen de Guadalupe,
sostenme en el vientre de mi madre,
y si ella no me desea,
colócame dentro del tuyo,
con Tu Gracia Tú me llevas a Jesús,
porque yo Madre Bendita,
¡quiero vivir!

DÍA DEL NIÑO POR NACER




miércoles, 12 de marzo de 2008

EL GOBIERNO DE CRISTINA PRESIONA PARA QUE SE LEGALICE EL “MATRIMONIO” HOMOSEXUAL Y EL ABORTO

A través del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) organismo gubernamental que depende del Ministerio de Justicia de la Nación, el actual Gobierno intenta legalizar el aborto y darle estatus jurídico de “matrimonio” a las uniones homosexuales.

En consideración a las recomendaciones del Plan Nacional contra la Discriminación” aprobado por el presidente Néstor Kirchner mediante el Decreto 1086/2005; la presidenta del INADI, María José Lubertino, envió hoy una carta a los diputados nacionales en la que sugiere incluir en la agenda parlamentaria del año en curso temas como: “Matrimonio entre personas del mismo sexo”, “Legalización de la interrupción voluntaria del embarazo”, “Reglamentación de abortos no punibles”, “Violencia de género”, “Ley de Identidad de género”, etc.

La carta fue anticipada por correo electrónico por María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT); y Asesora en Discriminación y Coordinadora de Enlace Parlamentario del INADI.
A continuación el texto completo de la misiva:

Ciudad de Buenos Aires, 10 de Marzo de 2008

Estimadas/os Señoras/es Diputadas/ Diputados:

En mi carácter de Presidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y en consideración a las recomendaciones del Plan Nacional contra la discriminación cuya implementación es parte de nuestra responsabilidad, saludo a los/as integrantes de la Honorable Cámara de Diputados/as del Poder Legislativo Nacional y me dirijo a ustedes con motivo de hacerles llegar algunas sugerencias de este Instituto.

Respecto de la discriminación por género/sexo, en la opinión del INADI, sería muy importante que se consideren los siguientes temas y proyectos en la agenda parlamentaria del año en curso, de la Honorable Cámara de Diputados:

1. Trata y Tráfico de personas.
2. Violencia de género.
3. Acoso Sexual.
4. Reglamentación de abortos no punibles.
5. Licencias por paternidad y maternidad.
6. Paridad entre mujeres y varones en la Administración Pública.
7. Paridad entre mujeres y varones en el Consejo de la Magistratura.
8. Paridad entre mujeres y varones en la Ley de Ministerios.
9. Obesidad.
10. Ley de Identidad de género.
11. Matrimonio entre personas del mismo sexo.
12. Legalización y ampliación de los casos de la interrupción voluntaria del embarazo.
13. Paridad entre mujeres y varones en los niveles de decisión en las empresas.

Aprovecho para poner al equipo de asesores/as en discriminación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo a su entera disposición para las consultas o comentarios que pudieren corresponder respecto de los temas relacionados a este Instituto.
Saludo a usted muy atentamente:

Dra. María José Lubertino
Presidenta
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo

______________________________________
NOTIVIDA, Año VIII, nº 494,12 de marzo de 2008
Editores: P. Juan C. Sanahuja y Mónica del Río
Página web
http://www.notivida.org
Email notivida@notivida.com.ar
Para suscribirse al boletín ingrese aquí

Laudes novae militia

Oyese decir que un nuevo género de milicia acaba de nacer en la tierra, y precisamente en aquella región donde antaño viniera a visitarnos en carne el Sol Oriente, para que allí mismo donde El expulsó con el poder de su robusto brazo a los príncipes de las tinieblas extermine ahora a los satélites de aquellos, hijos de la infidelidad y de la confusión, por medio de estos fuertes suyos, rescatando también al pueblo de Dios y suscitando un poderoso Salvador en la casa de David su ciervo.

Si, un nuevo género de milicia ha nacido, desconocido en siglos pasados, destinado a pelear sin tregua un doble combate contra la carne y sangre y contra los espíritus malignos que pueblan los aires. Cierto, cuando veo combatir con las solas fuerzas corporales a un enemigo también corporal, no solo no lo tengo por caso maravilloso, pero siquiera lo juzgo raro. Cuando observo igualmente como las fuerzas del alma guerrean contra los demonios, tampoco me parece esto asombroso, aunque si muy digno de loa, pues lleno está el mundo de monjes, y todos suelen sostener estas luchas.

Más cuando se ve que un solo hombre cuelga al cinto con ardimiento y coraje su doble espada y ciñe sus lomos con un doble cíngulo, ¿quién no juzgará caso insólito y digno de grandísima admiración? Intrépido y bravo soldado aquel que, mientras reviste su cuerpo con coraza de acero, guarece su alma bajo la loriga de la fe; puede gozar de completa seguridad, porque pertrechado con estas dobles armas defensivas, no ha de temer a los hombres ni a los demonios. Es mas ni siquiera teme a la muerte, antes la desea. ¿Qué podría espantarle ni vivo ni muerto, cuando su vivir es Cristo; pero desearía mas bien acabar de soltarse del cuerpo para estar con Cristo, siendo esto lo mejor.


Marchad, pues, soldados, al combate con paso firme y marcial y cargad con ánimo valeroso contra los enemigos de Cristo, bien seguros de que ni la muerte ni la vida podrán separarlos de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús. En el fragor del combate proclamad: Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos. ¡Cuán gloriosos vuelven al regreso triunfal de la batalla! ¡Por cuán dichosos se tienen cuando mueren como mártires en el campo de combate! Alégrate, fortísimo atleta, si vives y vences en el Señor; pero regocíjate mas y salta de alegría si mueres y te unes al Señor. La vida te es ciertamente provechosa y de gran utilidad, y el triunfo te acarrea verdadera gloria; pero no sin gran razón se antepone a todo eso una santa muerte. Porque si son bienaventurados los que mueren en el Señor, ¡cuánto mas lo serán los que sucumben por El!

San Bernardo de Claraval (Laudes novae militia)

lunes, 10 de marzo de 2008

Los caballeros de nuestro tiempo

Caballero, que bella palabra para designar a un varón; ¿pero qué es ser caballero? ¿Los varones del siglo XX merecemos este gallardo título? Creo que no. La caballerosidad de la que hoy en día se habla y a la que estamos acostumbrados es muy distinta de la de aquellos valerosos caballeros de antaño.

Hoy el ser caballero es motivo de burlas, risas y críticas. Quien es caballero muchas veces es tildado de afeminado – dicho de forma elegante – o en el mejor de los casos, un antiguo. Es verdaderamente vergonzoso el desprecio por tamaña virtud y como se la ha relegado hasta el escalón más bajo de la sociedad.

El ser caballero implica mucho más esfuerzo y mucho más coraje que cualquier virtud, ya que de ella derivan muchas otras. Cuando no hace mucho tiempo una mujer embarazada (o con un niño pequeño) o una persona mayor subía a un colectivo siempre un hombre – o niño bien enseñado – le cedía el asiento o, en el peor de los casos otra mujer.

En nuestros días, en que es más fácil que nuestros hijos se críen en los cyber o frente al televisor, que la enseñanza que reciben en las escuelas (primarias y secundarias) y más aun en las universidades, es asquerosamente inhumana. Sumado a que la educación familiar prácticamente en algunos hogares no existe, ya se que se han criado sin padre, sin madre o por la ausencia de ambos; o mucho peor aún, con el mal ejemplo ambos, estos niños crecen sin valores ni respeto; la autoridad es para ellos una opresión constante de la que deben librarse.

Por eso hay niños y niñas que huyen de sus casas, que asesinan a sus padres o que caen en la delincuencia, la drogadicción y prostitución a muy temprana edad, lo cual empeora y se agudiza cada día más.

El ser caballero no implica la contienda con el prójimo, sino más para conseguir su bien; caballero es aquel que lucha día a día contra sus debilidades y miserias, que no se deja abatir por los contratiempos ni se deja llevar por el que dirán y la conformidad mediocre de la aceptación de la mayoría –como oveja que sigue al rebaño –.

Caballerosidad es un título que el hombre que se precie de tal debe ganarse, no es un simple título que se consigue en el mercadito de la esquina, es un estilo de vida que comienza en la niñez, continúa en la adolescencia, llega a su esplendor en la madurez y culmina en la tumba; tiempo en el que debe presentarse ante le Rey Eterno para rendir cuenta de su vida aquí en la tierra.

El caballero es combativo no pacifista, ya que no renuncia ni a la justicia ni a la verdad por la conveniencia, por el contrario está dispuesto a librar el Buen Combate. El auténtico soldado sabe que “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”, porque “existe una violencia legítima cuando se ofrece y se derrama la sangre en defensa de Dios y del Orden por Él instaurado”.

No hay paz sin violencia. Violencia interior para con nuestros desórdenes y pequeñeces, frente a las mil amenazas del mal. “La paz es algo muy relacionado con la guerra, porque es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz”.

El pacifismo es inconsistente, ya que propone una paz que no es tal; porque no nace de la virtud ni se nutre de la gracia sino de los negocios y no asegura el gozo sino más bien un bienestar meramente material y pasajero.

Este pacifismo es por otro lado mendaz y, nunca como en nuestra época a quedado demostrado. Estamos invadidos de organizaciones para la paz mundial; sin embargo, nunca como hoy hemos visto crecer los odios alimentados cínicamente. En nombre de la paz y con pretensiones de servirla se ejerce “la peor de las violencias: la violencia de la hipocresía y la mentira, la fuerza organizada de las fuerzas del mal”.

La violencia se ejerce siempre; y no es su forma menos peligrosa la de aquellos que se denominan: “no violentos”.

Este humilde escrito pretende instar a superar toda esa indelicadeza circundante con el ejercicio de las virtudes caballerescas; y quien se acerque a estas líneas no podrá evitar la admiración por aquellos varones esforzados, por aquellos tiempos en que la hazaña era un hábito cotidiano. Tiempos como los de Don Juan Manuel de Rosas, Migue de Güemes, Don José de San Martín, Manuel del Sagrado Corazón Jesús Belgrano; ellos y tantos otros Héroes y Caballeros olvidados de nuestra querida Patria Argentina.

Es la admiración que mueve a seguir el ejemplo más que a la nostalgia, el asombro que lleva a la contemplación fecunda, el conocimiento que sugiere la conquista del bien conocido. Tal es el caso de los Mártires de Barbastro (guerra civil española) y el ejército de los Mártires Cristeros (guerra civil mexicana).

“Los caballeros de la Cristiandad permanecen fijos, inmóviles, idénticos a sí mismos, más allá de los cambios, de los gustos y de las modas. La Caballería es más un ideal que una institución”.

“La Caballería es la forma cristiana de la condición militar; es el sacramento, el bautismo del hombre de guerra. La consigna del caballero se resume en una sola palabra: batirse. Sólo una opinión es lícita y es la de siempre: el que no está conmigo está contra mí. El que no siembra conmigo, desparrama”.

“Cruz y Fierro, la tradición cristiana
Desde su origen prístino reunía,
El ascetismo y la Caballería
En equilibrio de sapiencia humana…”.

Y que los campos yermos de la Patria reverdezcan gloriosos al paso alegre e implacable de los Caballeros de Cristo.

En este escrito deseo agradecer las inspiradoras palabras de dos personas a las cuales admiro y respeto profundamente con un cariño entrañable, el R.P. Alfredo Sáenz S.J. y el Dr. Antonio Caponnetto; de los cuales me tomé el atrevimiento de utilizar algunos fragmentos del libro: “La Caballería”, el cual no pudo tener mejor expositores, desde el prólogo hasta la última página, para enriquecer este humilde texto, a fin de que el lector pueda apreciar desde una mejor perspectiva las ideas y problemáticas que resultan tan actuales que estas líneas contienen.

Martín Dario Sardi