lunes, 10 de marzo de 2008

Los caballeros de nuestro tiempo

Caballero, que bella palabra para designar a un varón; ¿pero qué es ser caballero? ¿Los varones del siglo XX merecemos este gallardo título? Creo que no. La caballerosidad de la que hoy en día se habla y a la que estamos acostumbrados es muy distinta de la de aquellos valerosos caballeros de antaño.

Hoy el ser caballero es motivo de burlas, risas y críticas. Quien es caballero muchas veces es tildado de afeminado – dicho de forma elegante – o en el mejor de los casos, un antiguo. Es verdaderamente vergonzoso el desprecio por tamaña virtud y como se la ha relegado hasta el escalón más bajo de la sociedad.

El ser caballero implica mucho más esfuerzo y mucho más coraje que cualquier virtud, ya que de ella derivan muchas otras. Cuando no hace mucho tiempo una mujer embarazada (o con un niño pequeño) o una persona mayor subía a un colectivo siempre un hombre – o niño bien enseñado – le cedía el asiento o, en el peor de los casos otra mujer.

En nuestros días, en que es más fácil que nuestros hijos se críen en los cyber o frente al televisor, que la enseñanza que reciben en las escuelas (primarias y secundarias) y más aun en las universidades, es asquerosamente inhumana. Sumado a que la educación familiar prácticamente en algunos hogares no existe, ya se que se han criado sin padre, sin madre o por la ausencia de ambos; o mucho peor aún, con el mal ejemplo ambos, estos niños crecen sin valores ni respeto; la autoridad es para ellos una opresión constante de la que deben librarse.

Por eso hay niños y niñas que huyen de sus casas, que asesinan a sus padres o que caen en la delincuencia, la drogadicción y prostitución a muy temprana edad, lo cual empeora y se agudiza cada día más.

El ser caballero no implica la contienda con el prójimo, sino más para conseguir su bien; caballero es aquel que lucha día a día contra sus debilidades y miserias, que no se deja abatir por los contratiempos ni se deja llevar por el que dirán y la conformidad mediocre de la aceptación de la mayoría –como oveja que sigue al rebaño –.

Caballerosidad es un título que el hombre que se precie de tal debe ganarse, no es un simple título que se consigue en el mercadito de la esquina, es un estilo de vida que comienza en la niñez, continúa en la adolescencia, llega a su esplendor en la madurez y culmina en la tumba; tiempo en el que debe presentarse ante le Rey Eterno para rendir cuenta de su vida aquí en la tierra.

El caballero es combativo no pacifista, ya que no renuncia ni a la justicia ni a la verdad por la conveniencia, por el contrario está dispuesto a librar el Buen Combate. El auténtico soldado sabe que “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”, porque “existe una violencia legítima cuando se ofrece y se derrama la sangre en defensa de Dios y del Orden por Él instaurado”.

No hay paz sin violencia. Violencia interior para con nuestros desórdenes y pequeñeces, frente a las mil amenazas del mal. “La paz es algo muy relacionado con la guerra, porque es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz”.

El pacifismo es inconsistente, ya que propone una paz que no es tal; porque no nace de la virtud ni se nutre de la gracia sino de los negocios y no asegura el gozo sino más bien un bienestar meramente material y pasajero.

Este pacifismo es por otro lado mendaz y, nunca como en nuestra época a quedado demostrado. Estamos invadidos de organizaciones para la paz mundial; sin embargo, nunca como hoy hemos visto crecer los odios alimentados cínicamente. En nombre de la paz y con pretensiones de servirla se ejerce “la peor de las violencias: la violencia de la hipocresía y la mentira, la fuerza organizada de las fuerzas del mal”.

La violencia se ejerce siempre; y no es su forma menos peligrosa la de aquellos que se denominan: “no violentos”.

Este humilde escrito pretende instar a superar toda esa indelicadeza circundante con el ejercicio de las virtudes caballerescas; y quien se acerque a estas líneas no podrá evitar la admiración por aquellos varones esforzados, por aquellos tiempos en que la hazaña era un hábito cotidiano. Tiempos como los de Don Juan Manuel de Rosas, Migue de Güemes, Don José de San Martín, Manuel del Sagrado Corazón Jesús Belgrano; ellos y tantos otros Héroes y Caballeros olvidados de nuestra querida Patria Argentina.

Es la admiración que mueve a seguir el ejemplo más que a la nostalgia, el asombro que lleva a la contemplación fecunda, el conocimiento que sugiere la conquista del bien conocido. Tal es el caso de los Mártires de Barbastro (guerra civil española) y el ejército de los Mártires Cristeros (guerra civil mexicana).

“Los caballeros de la Cristiandad permanecen fijos, inmóviles, idénticos a sí mismos, más allá de los cambios, de los gustos y de las modas. La Caballería es más un ideal que una institución”.

“La Caballería es la forma cristiana de la condición militar; es el sacramento, el bautismo del hombre de guerra. La consigna del caballero se resume en una sola palabra: batirse. Sólo una opinión es lícita y es la de siempre: el que no está conmigo está contra mí. El que no siembra conmigo, desparrama”.

“Cruz y Fierro, la tradición cristiana
Desde su origen prístino reunía,
El ascetismo y la Caballería
En equilibrio de sapiencia humana…”.

Y que los campos yermos de la Patria reverdezcan gloriosos al paso alegre e implacable de los Caballeros de Cristo.

En este escrito deseo agradecer las inspiradoras palabras de dos personas a las cuales admiro y respeto profundamente con un cariño entrañable, el R.P. Alfredo Sáenz S.J. y el Dr. Antonio Caponnetto; de los cuales me tomé el atrevimiento de utilizar algunos fragmentos del libro: “La Caballería”, el cual no pudo tener mejor expositores, desde el prólogo hasta la última página, para enriquecer este humilde texto, a fin de que el lector pueda apreciar desde una mejor perspectiva las ideas y problemáticas que resultan tan actuales que estas líneas contienen.

Martín Dario Sardi

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