Queridos Hermanos en Cristo y Maria Sma.:
Habiendo participado nuevamente del Encuentro de Mujeres realizado, este año, en la Provincia de Neuquén quiero compartir con todos ustedes mi experiencia vivida.
El formar parte de los talleres es algo sumamente enriquecedor, no solo se tiene la posibilidad de contribuir a la defensa de la vida (desde su concepción hasta su muerte natural) sino que también exige, por parte nuestra, un compromiso de crecer día a día, tanto en el aspecto espiritual como también intelectual, sicológica y moralmente. Además, ayuda a salir del “cascaron o burbuja” en la que muchas personas, como yo, nos movemos diariamente, a tomar verdadera dimensión del mundo en el que estamos inmersos y a comprender que esta es una lucha en la que no estamos solos, que hay muchas personas dispuestas a combatir por lo mismo.
Es imposible relatar mi vivencia sin mencionar el punto que fue motivo de discrepancia entre nosotros los católicos, “la defensa de la Catedral”. Con respecto a este tema han existido varias posturas, cada una de ellas valederas, entendibles, tal vez no compartidas por todos, pero si respetables.
Estuve y estoy convencida que mi decisión de estar frente a la Catedral era lo que Dios me pedía en ese momento, no lo dude ni por un solo instante, entendí que era lo que yo debía hacer; seguramente los que se quedaron en el colegio pensaron lo mismo con relación a su postura.
Ahora bien, lo que no considero correcto es cuestionar el accionar del otro, en el momento de resolver que hacer creo que cada uno tomo su decisión a conciencia, nadie se movió por una rebeldía o sentimentalismo del momento, tampoco por una búsqueda errónea del martirio, ya que todos sabíamos que este es una gracia que Dios concede y que tenemos la obligación, como católicos, de preservar la vida hasta el final.
Pienso que la defensa a la Catedral no es el “corazón del encuentro”, que en los talleres se ha dado y se sigue dando una gran batalla, la cual parece conquistarse año a año, que se ha avanzado en innumerables aspectos y que si seguimos luchando, llegara el día que venceremos.
Pero no por eso se puede restar importancia al ACTO PUBLICO DE FE que se realiza ante el inminente ataque del enemigo, colocándonos delante de la Casa de Dios, del Templo de Dios, defendiendo lo que nos pertenece por herencia y derecho; dando testimonio de lo que somos e invocando la protección de nuestra Santísima Madre, la Bendita entre todas.
Es por eso que me duele que a todos los que creímos que era preciso defender “lo nuestro” se nos tilde de DESOBEDIENTES, es real aquella frase que dice “el que obedece no se equivoca” y también es cierto que al formar parte de la Sta Iglesia Católica debemos respetar la jerarquía que existe en ella; pero también es verdad que esta obediencia debe ser hecha con juicio, concientemente, responsablemente, con la obligación de discernir entre el bien y el mal; sabiendo compaginar la asombrosa libertad personal (dada por Dios) con una auténtica obediencia a la Iglesia, porque al fin de cuentas cada uno responderá personalmente ante el Creador por los hechos que concientemente ha realizado. Si bien no debemos dar un paso más adelante ni más atrás que la Iglesia de Jesucristo, todos somos concientes que hay ciertos actos y actitudes en la jerarquía actual que no pueden ni deben interpretarse como actos de la Santa Madre Iglesia, sino como yerros de los nada infalibles hombres que la gobiernan.
Hago mía las palabras de Pío XI y les digo: “No lamentos, acción es la consigna de la hora; no lamentos de lo que es o de lo que fue, sino reconstrucción de lo que surgirá y debe surgir para bien de la sociedad”, como el nos decía somos los cruzados voluntarios de una nueva y noble sociedad, debemos alzar el nuevo estandarte de la regeneración moral y cristiana, declarar la lucha a las tinieblas de la apostasía de Dios, a la frialdad de la discordia fraterna; una lucha en nombre de una humanidad gravemente enferma y que hay que sanar en nombre de la conciencia cristianamente levantada.
Estoy convencida que estuvieron bien los actos realizados por cada uno, pero ellos no deben ser la coronación de la obra sino su comienzo, un cobrar entusiasmo, un animarnos mutuamente a acompañar a Cristo, aun en las horas duras de su Pasión, a subir con Él a la Cruz.-
Un abrazo en Cristo.
Mariela A. Contreras Loza (San Luis)