“Todo el que obra mal, odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no se vean denunciadas. Pero el que obra la verdad, viene a la luz, para que se manifieste que sus obras están hechas en Dios.”
Téngase en cuenta que el Maligno, en cualquier asunto, no se apodera plenamente del hombre hasta que domina por el error su entendimiento. El enemigo es el padre de la mentira (Jn. 8, 44), y no domina del todo sobre el hombre cuando se apodera de su voluntad o de sus paciones, sino únicamente cuando se posesiona también de su entendimiento, haciéndole ver lo malo como bueno y lo bueno como malo. Entonces es cuando la persona queda plenamente sujeta al influjo del Maligno.
Por el contrario, cuando la mente guarda el conocimiento de la verdad moral, siempre es posible la conversión. La perdición total de la persona se produce cuando no solo su voluntad está adherida al mal, sino cuando su entendimiento es adicto a la mentira. En este sentido, cuando los cristianos aceptan éste influjo no solamente con su voluntad, sino incluso con su juicio moral, pues acepta el criterio mundano, puede tener en su responsabilidad, según los casos, un atenuante, pero también un agravante.
El partido Comunista del sigo pasado, en muchos países, piensa sinceramente que colabora al bien común de la humanidad eliminando de ella millones y millones de seres humanos que estiman nocivos. Así también sucede con algunos grupos que dicen ser parte de la santa Madre Iglesia y que trabajan por el bienestar de ella y sus miembros, pero no están en definitiva muy alejados del ejemplo anterior y ni de lo que venimos hablando.
Pues bien, ya sean comunistas o cristianos desleales, todos ellos han de ser salvados urgentemente de sus errores y pecados, en primer lugar, ante todo y sobre todo, por la predicación de la verdad evangélica.
Por eso Jesucristo manda a “predicar el Evangelio a toda criatura” (Mt. 16, 15), y pide al Padre “santificarlos en la verdad” (Jn. 17, 17). Porque sabe bien que solamente “la verdad nos hace libres” del error, del Maligno y del pecado. Eso hace exclamar al Apóstol “¿ay de mí si no evangelizara!” (1 Cor. 9, 16). Y ay de nosotros si silenciáramos el Evangelio.
Por otra parte – y por cierto, lo más importante – en todo pecado hay un engaño del padre de la mentira. Engaño del Maligno fue el primer pecado de los hombres (Gen. 3), y ésa misma sigue siendo la causa principal de todo pecado. Luz, hace falta luz, luz clara de verdad para salir del pecado.
La Palabra Divina, cuando es recibida sinceramente, suscita en el hombre una voluntad incondicional de vivir a su luz. De lo contrario puede ser su perdición eterna.
“Oh Dios, que muestra la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa”. (III lunes Pascua).
Finalmente, a todos nos dice el Señor: “el que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Apoc. 2, 29). “No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado… El que pueda entender, que entienda” (Mt. 19, 11-12).
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