Cuando este número gane la calle el país ya tendrá nuevo desgobierno, continuación exacerbada del pudrimiento precedente, del que es su hechura y connatural deposición.
Salida de la costilla de Néstor —no tras adánico sueño sino después de horripilante delirio— la cristínica hembra va por más, según ha dicho. Giro verbal que lejos del plus ultra pronunciado por los Austrias, apenas si denota aquí un avance del odio marxista y de las suculentas estafas capitalistas, yunta de vicios en las que estos personajes se han vuelto los primeros artífices y beneficiarios.
No saben más los Kirchner qué prueba pública dar del connubio absoluto con las Madres y piaras circundantes. El espectáculo repetido de este maridaje resulta ya el de una repugnante adulación recíproca y el de una indisimulada sociedad anónima con fines de lucro. Ahora bien, ¿era ésta la innegociable sangre derramada, ofrecida en custodia a Schoklender y a Miceli? ¿Era ésta la bregada aparición con vida, la de la colección prèt-a-porter de una tilinga que confiesa no saber vestirse con la modestia de los pobres? ¿Era ésta la victoria siempre declamada, la de los contratos más rastreros con la banca norteamericana, con los titulares de la usura mundial, con los heraldos del Imperialismo Internacional del Dinero? ¿Era ésta la revolución anunciada, la que ahora pasa a las manos de la primera fregatriz del sionismo, llorona en cuanto velorio judaico se ha promovido y carente de la más mínima lágrima para quienes caen asesinados en esas tierras que arrasa su amada Tel Aviv? ¿Era ésta la Sierra Maestra multiplicada en América, la de Skanska, el Indec, la Picolotti y los dólares chavistas?; ¿eran éstos acaso los fastos de la liberación, haciendo un día de campanillera en Wall Street y otro de compradora compulsiva en las tiendas parisinas? ¿Eran éstos los oprimidos cuyo yugo debía quitarse; apenas una banda de ex terroristas perezosos y burgueses subsidiados por el Estado liberal? ¿Era ésta, en suma, “la gloriosa JP” que canturreba orgullosa: “mujeres son las nuestras…”? ¿Cuáles? ¿Las que prostituye Tinelli, noche a noche, haciéndole de partenaire mediático oficial, o la chirusita misma, abocada a defender la perspectiva del género, esto es, el derecho de las invertidas y de las rameras?
Nunca como a la vista de lo que sucede, del amontonamiento de carnes de Cristina y Bonafini, arrobadas ambas ante la caripela patibularia del Che, ha quedado más inmundamente probada la ninguna oposición entre el capitalismo y el marxismo, la farsa de una dialéctica que sólo pueden consumir los ignorantes y los embusteros. Cervantes, en su Coloquio de los perros, por boca de Berganza, califica a estas vinculaciones nefastas de “desenfado y taimería putesca”. Difícil decirlo con mejores palabras.
Pero no hay una voz que quiera alzarse para expresarlo con todas las letras. Si los Obispos, salvo excepción que habrá que hallar, porque remedan todos a Henri Grégoire, aquel purpurado canalla que abrazó la causa jacobina tras el estallido de 1789. Si los militares, porque han sido emasculados a gomita, según celebérrima expresión de una antañona fuente nacionalista. Si el resto de quienes algún espacio público disfrutan, porque oscilan entre la complicidad, el temor o la protervia. Un silencio culposo recorre el abofeteado rostro de la patria. Se calla por no decir que el que se va es un ente corrupto. Se calla por no decir que quien lo completa también lo es. Cuando la patria recupere su soberanía y su decoro, no quedará en la historia este par delictivo, sino en los sórdidos prontuarios policiales, como diría el finado Borges. El uno quedará como el más cobarde de todos los aleves rencorosos; la otra como la más inescrupulosa y ordinaria de las politicastras nativas.
En la última y confortadora encíclica pontificia, Su Santidad Benedicto XVI —que no elude el tema de la adversidad política, tan cercano a nuestra propia experiencia— memora un texto del Sermón 340 de San Agustín, que parece contener todo un programa para nuestras actuales circunstancias. Explica allí el de Hipona que una misión se ha impuesto: “corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los soberbios, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados, apaciguar a los pendencieros, ayudar a los pobres, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos”.
Todavía hay quienes se preguntan qué tenemos que hacer. Pues varias tareas pendientes surgen del texto mencionado. Es cuestión de encararlas, una a una, sin quejas ni desmayos. Sabiendo que quien pelea por Cristo Rey en la Argentina ya está en posesión de una alegría elegida y alta. Una alegría que no puede empañar este rejunte de coimeros, criminales, cultores de la muerte y artífices de la antinaturaleza. Una alegría que vence a la mujeril ralea gobernante. Porque ella, según cita preciosa traída a colación por el mismo Benedicto, es “una bienaventuranza que atraviesa felizmente las batallas con una rosa en la mano”.
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