miércoles, 1 de octubre de 2008

LOS NUEVOS CRISTEROS

El año que viene se cumple el octogésimo aniversario de los Arreglos de 1929, 'pacto' que ponía fin a la primera guerra cristera, uno de los episodios más heroicos y cruentos de la persecución de los católicos en el México del siglo XX.

Quedaban atrás tres años de sangrienta cacería del ejército regular contra la población levantada para defender su fe y sus derechos. En 1917 se proclama la Constitución mejicana, tan masónica que no fue sometida a referéndum, todo para el pueblo pero sin el pueblo. La intensidad en la aplicación de los artículos más anticatólicos dependía del gobernante de turno. En 1924 accede a la presidencia Plutarco Elías Calles que decide desplegarla de la manera más bestial. En el 26 reforma el Código Penal, la Ley Calles, expulsa a los sacerdotes extranjeros, sanciona con multas y prisiones a quienes den enseñanza religiosa o establezcan escuelas primarias, o vistan como clérigo o religioso, o se reúnan de nuevo habiendo sido exclaustrados, o induzcan a la vida religiosa, o realicen actos de culto fuera de los templos, se llega incluso a obligar a los sacerdotes casarse para seguir ejerciendo su ministerio…; Calles proclama indispensable que la Revolución se apodere «de las conciencias de la niñez y de la juventud», porque ambas «deben pertenecer» a la Revolución. Lo que hoy se llama «extender derechos».

Los obispos protestan, y el 31 de julio de 1926, previa consulta a la Santa Sede, el Episcopado ordena la suspensión del culto público en toda la República. Calles reacciona y sacerdotes y obispos son expulsados y encarcelados. Ni el presidente, ni los callistas —así se llamaban los seguidores de Calles—, ni los obispos, esperaban la respuesta del pueblo cristiano al quedar privado de la Eucaristía y de los sacramentos, al ver los altares sin manteles y los sagrarios vacíos, con la puertecita abierta…

El cristero Cecilio Valtierra cuenta aquella experiencia con la elocuencia ingenua del pueblo: «Se cerró el templo, el sagrario quedó desierto, quedó vacío, ya no está Dios ahí, se fue a ser huésped de quien gustaba darle posada ya temiendo ser perjudicado por el gobierno; ya no se oyó el tañir de las campanas que llaman al pecador a que vaya a hacer oración. Sólo nos quedaba un consuelo: que estaba la puerta del templo abierta y los fieles por la tarde iban a rezar el Rosario y a llorar sus culpas. El pueblo estaba de luto, se acabó la alegría […]» (Meyer, La Cristiada, tomo I, 96).

Quince días después, con ocasión del asesinato del cura de Chalchihuites y tres laicos, que mueren con el grito ¡Viva Cristo Rey! —de donde viene el nombre de cristeros— comienza el levantamiento espontáneo. Primero 64 pueblos inconexos, sin más armamento que machetes y cuchillos —el tan provechoso comercio de armas con EEUU estaba bloqueado por la logias—. Y a partir de ahí se suceden los acontecimientos, se inicia la coordinación, se empiezan a dotar de armamento incautado al Ejército en las innumerables victorias. Episodios de leyenda, como los protagonizados por las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, o como ellos entrañablemente las llamaban, las Brigadas Bonitas, que, lo siento chicos, pero puestos a proteger a sus seres queridos nadie tan valiente y aguerrido como ellas. Mientras maridos e hijos estaban en el «frente» ellas organizaron no sólo la red logística, si no la defensa de los templos en los pueblos, por turnos. A mí se me pone la piel de gallina, ellas tuvieron con su tesón la responsabilidad del éxito.

Desde el primer momento cuentan con la aprobación de la Santa Sede y del episcopado, y del apoyo de los todos los católicos del mundo; en 1927 el papa concede indulgencia plenaria in articulo mortis, con las condiciones generales, al rezo de la jaculatoria ¡Viva Cristo Rey! A mediados de 1928, 25.000 cristeros, con poca preparación militar, manos arrancadas a la agricultura, llevan contra las cuerdas al gobierno apoyado por la masonería mundial —de entonces datan los primeros bombardeos sistemáticos sobre población civil, los aviones operan desde Fort Houston, Texas, con pilotos estadounidenses—

A finales del 27 comienzan los rumores de un posible arreglo con el gobierno por parte de algunos obispos. «[…] Siempre que tal noticia ha aparecido han sentido los hombres en lucha que un escalofrío de muerte los invade, peor mil veces que todos los peligros que se han decidido a arrostrar[…] », escribe un lider cristero.

El 21 de junio de 1929, el embajador estadounidense Dwight W. Morrow, —banquero y diplomático, protestante y masón, cómplice de Calles y del presidente Portes Gil—, sirvió como intercesor entre el Gobierno mexicano y la Iglesia Católica para terminar el conflicto. En una operación digna de película de espías de la Guerra Fría, se entrevista con los prelados Mon. Ruiz Flores Delegado Apostólico ad referendum, y Mons. Pascual Díaz Barreto, escogido como su secretario para negociar, por ser el único Obispo que había mostrado decidido empeño en lograr una transacción con los callistas. Encierra a los obispos en dos vagones de tren distintos, para incomunicarlos, y se erige en la única persona que puede hablar con ellos. Consigue que firmen un pacto con el gobierno republicano, del que únicamente obtienen unas palabras de conciliación y buena voluntad, y unas Declaraciones escritas en las que, sin derogar ley alguna, se afirmaba el propósito de aplicarlas «sin tendencia sectaria y sin perjuicio alguno».

Se incumplieron las Normas escritas que Pío XI les había dado, no tuvieron en cuenta el juicio de los Obispos, ni el de los cristeros o la Liga Nacional; tampoco consiguieron, ni de lejos, la derogación de las leyes persecutorias de la Iglesia; y menos aún obtuvieron garantías escritas que protegieran la suerte de los cristeros una vez depuestas las armas. Pero los cristeros obedecieron a sus obispos —aunque algunos se empeñen en lo contrario, la obediencia es el consejo evangélico más difícil—, y volvieron a sus casas. De camino eran masacrados, perdonando a sus enemigos, tres años de intensa y enraizada piedad eucarística y mariana les habían preparado para el martirio, mueren más líderes cristeros en la retirada que en los combates (¿podría Garzón pedir también los listados?) Lejos quedan los años en los que recién agrupados en la Liga Nacional envían un Memorial el episcopado solicitando.

1) Una acción negativa, que consista en no condenar el movimiento. 2) Una acción positiva que consista en: a.-Sostener la unidad de acción, por la conformidad de un mismo plan y un mismo caudillo. b.-Formar la conciencia colectiva, en el sentido de que se trata de una acción lícita, laudable, meritoria, de legítima defensa armada. c.-Habilitar canónicamente vicarios castrenses. d.-Urgir y patrocinar una cuestación desarrollada enérgicamente cerca de los ricos católicos, para que suministren fondos que se destinen a la lucha, y que, siquiera una vez en la vida, comprendan la obligación en que están de contribuir.

No pidieron mucho, y, menos los vicarios y los dineros, les fue concedido todo. Ellos, laicos, aunque acompañados por sus pastores, lo dieron todo, hasta la vida, para defender sus creencias y su mexicanidad. Con los Arreglos se habían quedado colgados de la brocha, y alguno de ellos de también de la soga. El Santo Padre, Pío XI, lloró.

Días después de los Arreglos, la masonería dio un gran banquete al presidente Portes Gil, el cual a los postres habló a sus reverendos hermanos:

Mientras el clero fue rebelde a las Instituciones y a las Leyes, el Gobierno de la República estuvo en el deber de combatirlo (…) Ahora, queridos hermanos, el clero ha reconocido plenamente al Estado. Y ha declarado sin tapujos: que se somete estrictamente a las Leyes. Y yo no podía negar a los católicos el derecho que tienen de someterse a las Leyes (…) La lucha sin embargo es eterna. La lucha se inició hace veinte siglos. Yo protesto ante la masonería que, mientras yo esté en el Gobierno, se cumplirá estrictamente con esa legislación. (…) En México, el Estado y la masonería, en los últimos años, han sido una misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los hombres que en los últimos años han estado en el poder, han sabido siempre solidarizarse con los principios revolucionarios de la masonería.

Siento no haber podido transmitir mejor en tan ¿pocas? líneas lo que fueron aquellos años de la epopeya cristera.

Las condiciones han cambiado, pero estos días, en esta bendita España, he conocido a muchos nuevos cristeros, con abnegación y sin ruido se están dejando la piel y la hacienda para defender su fe, sus derechos y un futuro para sus hijos. Y en estos días, en esta bendita España, también nos recorre un escalofrío de muerte, ¿celebraremos el aniversario con un nuevo Arreglo con Zapatero? Que Dios no lo quiera, pidamos a los mártires mejicanos que intercedan.

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