'La Realeza de Nuestro Señor Jesucristo'
La encíclica Quas Primas promulgada por el Papa Pío XI hace más de 80 años, es la base para entender la doctrina de la Realeza de Jesucristo. En ella describe el Papa los grandes males modernos, los enemigos de la Iglesia y los amargos frutos que de ellos se siguen. Porque del rechazo de Jesucristo, tanto de la vida pública como privada, y del intento de establecer una paz internacional a espaldas del Salvador, del laicismo integral y la apostasía generalizada, se siguen la codicia, la discordia, el egoísmo, la desmembración de la familia, las herejías, el cansancio de los buenos y el acostumbramiento al mal.
Pero estos males, estos enemigos y estos amargos frutos no deben hacernos perder la esperanza pues:
- Hay una doctrina, la de la Realeza de Jesucristo, que está cifrada en aquella vieja canción que dice: “a Dios queremos en la enseñanza, en la familia, en las costumbres, Dios en el pueblo, Dios en la ley”;
- Hay un amor, el amor a la Cruz, a cuyos maderos hay que ceñirse desprendiéndose de uno mismo y de los bienes huidizos, pasajeros y fluctuantes. La Cruz en la que ha triunfado Cristo y ha sido derrotada la muerte;
- Y hay un combate dirigido contra los criminales propósitos del laicismo y la audacia temeraria de los apóstatas. Un combate a librar resistiendo y resistiendo sin jamás ceder ni rendirse; una lucha que vuelve al bautizado arma de justicia para Dios.
Quas Primas resulta además una encíclica profética. En efecto, los apóstatas están hoy dentro de la Iglesia, falsos cultos se homologan con el verdadero, una religiosidad inmanentista, fenomenológica y sentimentalista es la que prevalece, Cristo ha sido destronado y los hijos de la oscuridad se mueven con soltura en lo que parece ser el reino de Satanás. Todo está dicho y profetizado en esta encíclica. Por eso, es un apocamiento, una miopía, explicar los males del mundo moderno con eufemismos, con efugios, con diagnósticos psicológicos, con opiniones periodísticas, por no atreverse a decir nunca lo único que hay que decir: ¡Cristo ha sido destronado! Por eso entonces hay que predicar una nueva cruzada por el honor de Cristo Rey, hasta que todos sus enemigos sean sometidos bajo sus pies. Porque Él es Rey de los espacios y de los tiempos y Su Realeza va desde la ciudad terrena a la Jerusalén Celestial.
Para que lo escuchen los argentinos todos, por segunda y por tercera y por enésima vez, es que repetimos este santo grito: ¡Dios no ha muerto! ¡Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!
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