Una de las primeras actividades que se nos ha planteado en la universidad, es realizar en clase un debate sobre la prostitución. Con la especial peculiaridad de no defender la posición en la que realmente creamos, sino que nos hemos situado en una postura u otra de forma aleatoria, según el sector del aula en el que estemos sentados. Así que me ha tocado defender la prostitución, y preparar unos argumentos para introducir el debate.
Defender lo que uno NO cree es complicado, mucho más de lo que parece. Y sin embargo vivimos en una sociedad que ha hecho de ello su modus vivendi. Las conveniencias y los tópicos de la corrección política y social, impiden que mucha gente con una convicción la defienda, abrumados quizás por el miedo a salirse del rebaño de ésta sociedad gregaria donde cada vez más Dios, religión, y los valores morales que van con ello, parecen evocar más bien términos como aburrido o carca.
Aceptar la imposición inducida por el pensamiento único de lo políticamente correcto, a día de hoy implica renunciar a la actitud que Cristo transmitió a sus apóstoles. Si por defender la justicia y la verdad vamos a tener que renunciar a conveniencias de confortabilidad personal, deberíamos ser conscientes y estar dispuestos a este sacrificio.
Una cosa es la actividad pedagógica de la universidad, en la cual voy a defender aquello en lo que no creo, con un fin meramente académico y dialéctico. Otra cosa es lo que por desgracia están comenzando a hacer muchos católicos con respecto por ejemplo al asunto de Educación para la Ciudadanía. Y no me refiero a aquellos católicos que perdidos en la ignorancia creen que esa asignatura es compatible con nuestra doctrina y la defienden (sorprendentemente los hay), sino a aquellos que agachan un poquito la cabeza, se ponen la careta, y toman el papel de defensor de aquello en lo que no creen.
Parece que los obispos van a dar otro paso atrás, apagándose su ímpetu en la oposición a ésta asignatura. La educación, pilar básico y fundamento de la sociedad y de las personas no estaba ya bastante pervertida, como para que la educación moral y familiar, sea tomada por la imposición de una ideología, en esencia directa e indiscutiblemente contradictoria con los valores fundamentales cristianos.
Quizás yo no sea quién a mi edad, para recriminar a católicos que en más años y experiencia me superan seguro en conocimiento, pero me basta para ver que hay todavía muchos seglares valientes, dispuestos a luchar por la educación de sus hijos hasta el final y sin tapujos, a los que es indignante y vergonzoso dejar tirados desde la tibieza.
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