viernes, 28 de noviembre de 2008

BEATO ANACLETO GONZALEZ FLORES

“La juventud tiene algo de sagrado porque en ella se ostenta inalterable la majestad de la vida. Es la estrofa que se levanta del polvo iluminado del sendero; bloque de energías que tiemblan de hartura y vigor de lozanía; audacia santa para las banderas altas. Su elemento esencial es la esperanza. Porque la juventud no consiste solamente en una etapa circunscrita por el tiempo, sino también en una actitud moral que se caracteriza por una viva confianza en la realización plena del bien y la verdad.”

Los nuevos cruzados han llegado a adquirir la convicción inquebrantable de que al triunfo sobre la tiranía no se va por la violencia, sino por el camino que abren la idea, la palabra, la organización y la soberanía de la opinión.

…los pueblos que tienen necesidad de la violencia para recobrar su libertad, están condenados a padecer la tiranía de muchos o la tiranía de uno hasta que con una labor entusiasta, lenta y desinteresada se logre forjar, modelar el alma de las muchedumbres.

No es el puñal de Bruto el que nos salvará, ni la espada de Aníbal, sino la entereza de los mártires.

…Y mientras la carne tiembla, el mártir, envuelto en la púrpura de su sangre como un rey… exclama: “creo”. Ha sido la última palabra, pero también la expresión más fuerte y más alta de la majestad humana.

El mártir es el milagro y una necesidad para que no perezca la libertad en el mundo. Es y ha sido siempre el primer ciudadano de una democracia extraña e inesperada, que en medio del naufragio de la violencia arroja su vida para que jamás se extingan su voto ni su recuerdo.

Entre nosotros hay santos por dentro, que permiten que a Dios se le apuñale en la calle, en la escuela, en la vía pública. Esa santidad “sui generis” históricamente no vale nada, porque los santos de verdad han sido antes que todo grandes batalladores de su siglo.

Hay una tabla de valores económicos que reposa esencialmente sobre la desigualdad. Esto lo sabe el grande negociante y no lo ignora el más insignificante mercader. Y esto es lo que en un orden un poco superior no pudieron ver los portaestandartes de la democracia. Se echaron en brazos del número, y esperaron tranquilamente la reaparición de la edad de oro.

La democracia resultó una máquina de contar. La humanidad para ellos es una masa de guarismos en que cada hombre no vale, no por su significación personal… Es un inmenso mercado en que todos los mercaderes se han vuelto locos.

La generación enferma de hoy va por el camino de Tebas. Halla su símbolo y su más trágica expresión en Edipo empujado por el derrumbamiento del destino.

Ha matado a su padre el pasado y se ha dado a la tarea de fundar imperios, y sólo ha conseguido repetir el duelo entre Eteocles y Polinice. Nuestro siglo es el nieto de un parricida.

Los intelectuales han mutilado la vida… Como Fausto rodeado de retortas, libros y alambiques, ignoran el sentido oculto y constructivo de la acción… Fausto consagró toda su juventud a sondear el universo, consumió el tesoro opulento de sus energías.

Antes de que la Iglesia apareciera en el mundo muchos sabían matar, algunos sabían luchar, pero nadie sabía resistir.

Los burgueses…han buscado el sosiego de las fuerzas vencidas y de los poderes inútiles. Se entregaron al éxtasis mientras la vida marchaba a galope. Envainaron sus espadas ante la primera embestida, y dejaron paso libre a la bestia… Se contentaron con tener un milímetro de tierra donde vivir, donde morir y donde ser sepultados…

Es preciso poner el alma de rodillas para escribir la palabra caridad. Porque se trata de un vocablo que, como lo vio Pascal solitario asomado a las honduras y repliegues del Cristianismo y del corazón, nada tiene de humano…El milagro supremo de Cristo no es el de los ciegos, ni el de los paralíticos, ni el de los mares allanados y sometidos; es la caridad.

En la lucha abierta sobre el campo inmenso del mundo, ocupan un lugar muy importante los hombres del trabajo…; porque ellos estuvieron soportando sobre sus hombros el fardo enorme de todos los despotismos creados por el liberalismo, y porque la desgracia los ha hecho abrir grandemente los ojos y conocer su número y las ventajas de la organización. Y se han organizado en su mayor parte bajo la bandera del odio. Pero toda tendencia revolucionaria está condenada al crimen en su actuación y a la derrota en sus resultados.

La única renovación que puede ser cimiento sólido, fundamento indestructible del orden social, es la renovación espiritual de las energías humanas: el amor interno, fuerte, del hombre hacia el hombre, imposible sin Cristo, el verdadero obrero que ha roto con su martirio todos los despotismos.

La escuela laica es la escuela del miedo. Porque el niño y el joven aprenden, aunque los profesores sean santos, a buscar la sombra para hablar de Dios, a ocultarse de las miradas escrutadoras del gobierno al referirse a Dios, a temblar cuando en la explicación lógica de la historia y la naturaleza sea necesario inclinarse delante de Dios, señor de la vida y aliento de hombres y pueblos.

No hay comentarios.: